LOS INDICIOS APUNTAN A QUE YA EN LOS SIGLOS VI Y VII EXISTÍA CIERTA UNIDAD EN EL ÁMBITO PIRENAICO OCCIDENTAL, POR EL EMPLEO DE UNA MISMA LENGUA Y POR SU SITUACIÓN DE FRONTERA ENTRE VISIGODOS Y FRANCOS
VASCONIA
La tierra de los vascones que se extendía a ambos lados de los Pirineos occidentales, experimentó hace 1.300 años importantes transformaciones en su organización política, social y productiva que se manifestaron en el nacimiento de nuevas demarcaciones. Con el paso del tiempo éstas fueron adquiriendo los nombres y los contornos de los territorios que conforman actualmente Euskal Herria.
Con anterioridad, en los siglos VI y VII, todos los indicios apuntan a la existencia de cierta unidad en el ámbito pirenaico occidental en función del empleo de una misma lengua y de su situación de tierra fronteriza entre dos grandes monarquías: la de los visigodos y la de los francos.
Las necrópolis de los siglos VI y VII con ajuares funerarios de tradición franca halladas al sur de los Pirineos (Pamplona y Buzaga en Navarra, Aldaieta o San Martín de Alegria-Dulantzi en Alava, Finaga en Bizkaia, por poner unos pocos ejemplos) constituyen una de las pruebas más sólidas de la existencia de esa unidad cultural.
Esta unidad también se manifiesta en la denominación de vascones dada por los cronistas a sus habitantes, lo que supone que aquellos escritores foráneos percibieron en ellos suficientes peculiaridades y elementos de cohesión para diferenciarlos de otros.
Sin embargo poco sabemos de la organización interna de estos territorios, que debió de fundarse en el reconocimiento de distintos poderes aristocráticos cohesionados en torno a familias locales, probablemente interrelacionadas, asentadas en determinados enclaves desde donde extenderían su influencia y dominio a áreas más amplias. Es probable que esos enclaves se correspondan con los lugares donde se han detectado las necrópolis con sepulturas privilegiadas siguiendo la moda franca, reflejo de una sociedad distante de los tópicos que sostienen la existencia de grupos gentilicios o comunidades campesinas cuyo objetivo esencial fuera la subsistencia.
LAS PRIMERAS REFERENCIAS
A lo largo del siglo VIII la situación cambia: la unidad se fue disgregando progresivamente y la fractura entre los distintos grupos vascones se fue haciendo mayor. Unos -los del sur- crearon el reino de Pamplona, colaboraron con la monarquía astur o gobernaron, convertidos a la fe musulmana, la marca superior del Al-Andalus. Y otros -los del norte- se insertaron en las estructuras del reino carolingio a través del ducado de Vasconia.
Todo esto se deduce de la arqueología y de crónicas o relatos de la época. La Crónica de Alfonso III de Asturias, escrita a finales del siglo IX, ofrece la primera constatación de regiones diferenciadas en nuestro entorno. Las crónicas musulmanas, por su parte, nos informan de comarcas y enclaves (la Ribera o Tudela), bajo dominio musulmán. Y las crónicas francas, finalmente, relatan los intentos de los carolingios por asegurar su autoridad desde el Garona al Ebro.
Desde el punto de vista que nos ocupa, lo esencial de estos textos es que muestran el nacimiento de unos territorios, designados por sus topónimos, dotados de personalidad propia y que no debían estar tan escasamente desarrollados como se ha pretendido al tener intereses sobre ellos las monarquías asturiana o carolingia o el emirato musulmán de Córdoba.
ÁLAVA
Según la crónica de Alfonso III, estuvo siempre poseída por sus habitantes. Esta Álava primitiva, de contornos más reducidos que la actual, estaría situada entre las estribaciones del Gorbea, los montes de Vitoria y los ríos Bayas y Zadorra, sin englobar comarcas hoy alavesas como Valdegobia, La Rioja Alta o Aiara (también mencionada en las crónicas).
Álava fue el escenario de la campaña del rey asturiano Fruela I contra los vascones, la tierra de la mujer de éste, Munia, y el refugio del hijo de ambos, Alfonso II. Todo ello refleja, de una parte, la relación entre Asturias y Álava, ya que la política matrimonial era uno de los principales medios que tenían los soberanos para asentar y extender su autoridad. Y de otra, su estructura social, donde al menos la familia de Munia tenía potestad suficiente para emparentar con el rey astur y participar en las luchas internas que las distintas facciones de la aristocracia asturiana mantenían por acceder al trono, al proteger a Alfonso II o, más tarde, apoyar a Nepociano frente a las pretensiones de Ramiro I en 843. También en este contexto deben entenderse las rebeliones de los vascones contra Ordoño I (850-866) y Alfonso III (866-910).
En la segunda mitad del siglo IX, hace su aparición el primer conde, el legendario don Eylo. Y ya con seguridad, en 882 uno nuevo, Vigila Scemeniz, convertido en delegado y representante de la corona.
BIZKAIA
Con dicho topónimo la Crónica identificaba las tierras presididas por el monte Oiz y sus estribaciones. Por lo tanto un ámbito percibido en función del monte, lo que es síntoma de la sociedad que lo ocupa dedicada esencialmente a prácticas agropecuarias y que no encontraba en el fondo de los valles alicientes para establecerse. No volvemos a saber nada de Bizkaia hasta el año 925 cuando las crónicas mencionan a un conde de nombre Momo que casó con Belasquita, la hija de Sancho Garcés I de Pamplona. Y más tarde, en 1050, aparece el primer conde conocido vinculado al reino del Pirineo: Eneko López, cuya familia, años después, tomó el nombre de Haro y hacia 1212 hizo hereditario el Señorío.
Otros territorios actualmente vizcainos son mencionados en la Crónica diferenciados de Bizkaia. Nos referimos a Sopuerta y Carranza (actuales Encartaciones) de las que se dice que fueron repobladas en tiempos de Alfonso I por cristianos de los valles del Duero y Ebro gobernados por musulmanes. Pero no existen testimonios que lo confirmen. Es más, de haberse producido la repoblación, tendría que haber dejado huellas en la toponimia y, sin embargo, los nombres que sirven para denominar las aldeas más antiguas son mayoritariamente en euskara (Garai, Larrea, Goiuri, Ibarra…). Parece, en consecuencia, que la repoblación tuvo una escasa repercusión demográfica, por lo que debió de ser sólo un recurso literario utilizado por los redactores de las fuentes para justificar la incorporación de la comarca en el reino de Asturias.
PAMPLONA
Del párrafo de la Crónica de Alfonso III en que aparecen designados los nombres de los territorios vascos actuales, Pamplona era el único conocido desde antiguo ya que fue una vieja ciudad fundada en tiempos de los romanos y que continuó ocupada en época visigoda. Entre los años 778 y 824 las tensiones en la zona fueron en aumento, motivadas por dos cuestiones. De un lado, por las luchas internas que mantuvieron las distintas familias de la aristocracia pirenaica por incrementar las bases de su dominio social. De otro, por el fortalecimiento de los vecinos: los musulmanes al Sur, tras la instauración del emirato de Córdoba por Abd al-Rahman (756-788), y los carolingios al Norte, ante la política expansiva de Carlomagno (771-814).
El acontecimiento simbólico que inició esta confrontación fue la batalla de Roncesvalles (778). Se produjo por los problemas que se habían creado en la frontera superior del Al-Andalus (en el valle del Ebro) cuyos gobernantes, que pugnaban por escapar de la autoridad del emir, no dudaron en solicitar la ayuda de Carlomagno ofreciéndole la plaza de Zaragoza; pero cuando el monarca franco llegó a la ciudad, ésta le cerró las puertas. Ante el fracaso, emprendió la retirada, destruyendo Pamplona y cruzando el paso de Roncesvalles, donde la retaguardia de su ejército sufrió la conocida derrota de 778. Lo importante del relato es que a partir de este momento los intereses de francos y musulmanes se orientaron a debilitar Pamplona ante el temor de que pudiera surgir en su interior un poder político fuerte que les hiciera competencia y cuestionara su autoridad.
Lejos de resistir ante los poderosos vecinos, la aristocracia de Pamplona optó por apoyarse en ellos. Así, surgieron dos tendencias representadas en otras tantas familias: una, procarolingia, encabezada por los Velasco, y otra promusulmana, identificada con los Iñigo o Arista, los futuros reyes.
Esta situación explica que, al compás de distintas situaciones políticas, una u otra fracción se hiciera con la dirección de Pamplona. En 799 se incrementó la presión carolingia, poniendo al mando de la ciudad a un Velasco, lo que respondía a un plan preconcebido de los carolingios por crear un condado en Pamplona y establecer una marca fronteriza que llegara hasta el Ebro. El poder de los Velasco no fue duradero pues poco después el gobierno de la ciudad cayó en manos de Iñigo Arista (816-851). En este contexto se produjo el último intento franco por extender su influencia al Sur de los Pirineos Occidentales. En 824 un ejército reclutado entre los vascones del norte y dirigido por los condes Eblo y Aznar se apoderó de Pamplona, pero a su regreso fue vencido por Iñigo en el segundo Roncesvalles.
Esta victoria y la alianza promusulmana marcó el fin de las aspiraciones carolingias y el fin de las disputas entre las familias navarras, al imponerse una de ellas, la de los Iñigo. A mediados del siglo IX, un nuevo reino se estaba gestando, hasta el punto de que san Eulogio de Córdoba no dudó en denominar a Iñigo Arista Christicola princeps, haciendo referencia a su carácter cristiano y a su poder autónomo.
Asegurado el control de Pamplona, el instrumento empleado por García Iñiguez (el hijo del primer Arista) para mantener el apoyo de las familias del Pirineo fue aglutinarlas en torno a su prestigio militar, que fue creciendo a partir de la batalla de Clavijo de 858, en que una coalición cristiana venció a los musulmanes cerca de Albelda. Pero a su muerte, su hijo Fortún Garcés, que había pasado 20 años en Córdoba, se replegó frente al Islam y los nobles optaron por apoyar a otra familia, la de Sancho Garcés que fue el impulsor de la primera expansión de Pamplona e incorporó al incipiente reino la Tierra Estella, las riberas del Ega, Arga y Aragón o la Rioja, iniciando así una nueva dinastía, la Jimena, que subsistió, con una interrupción de 58 años, hasta 1234.
DUCADO DE VASCONIA
Al Norte de los Pirineos, el ducado de Vasconia es mencionado en las crónicas francas. Fue instaurado en el 768 por Pipino el Breve, siendo el instrumento empleado por el monarca para garantizar la permanencia de esa tierra en la estructura política-administrativa de los carolingios. Carlomagno lo reforzó integrándolo en el reino de Aquitania que fue encomendado a su hijo Ludovico Pío cuando todavía era un niño, a quien presentó en la corte de Paderborn vestido a la manera vasca, esto es con manto redondo, camisa de mangas anchas, pantalón ancho, espuelas atadas a las botas y una lanza en la mano. Este gesto de Carlomagno es síntoma del peso que tenían los vascones en la política carolingia, tomando parte en campañas militares como la conquista de Barcelona del 801.
Al margen de estos lugares, quedaban amplios espacios de la antigua Vasconia sin denominar. Se puede considerar, por un lado, que no fueron objeto de la política de asturianos, carolingios o musulmanes al no representar papel estratégico alguno para sus intereses. Pero, también, es probable que en esas comarcas los poderes foráneos no encontraran interlocutores válidos capaces de desarrollar su política expansiva, quizás por la ausencia de autoridades locales consolidadas y potentes, síntoma de la debilidad de sus estructuras sociales. Es el caso de Gipuzkoa, que no es mencionado en estos siglos. Así, la aparición del corónimo en la documentación escrita es tardía, del año 1025. En definitiva, cuando en el siglo XI el rey navarro Sancho III el Mayor aglutinó las tierras de habla vasca en la monarquía de Pamplona, los territorios históricos eran una realidad, aunque faltaran varios siglos para que éstos adquirieran los contornos actuales y se dotaran de las instituciones y fueros que, adaptándose a los tiempos, se han mantenido hasta la actualidad.
IÑAKI GARCÍA CAMINO
Fuente: Noticias de Álava