jueves, 3 de enero de 2013

La Papisa Juana, una leyenda inquebrantable

Si hay una institución que esconde muchos secretos a los largo de la historia es, sin duda, la Iglesia Católica. Una institución en decadencia por estos días. Y ¿por qué? Bueno, quizás porque actualmente tenemos acceso a información que en otros tiempos hubiese sido literalmente imposible. 

Cuenta la leyenda que hacia el año 857 los ciudadanos romanos ovacionaron al papa Juan VIII en un desfile que partía desde la basílica de San Pedro hasta San Juan de Letrán, Catedral de Roma. En un callejón el papa tropezó y cayó al suelo. Por supuesto acudieron en su ayuda sus asistentes y allí fue que se encontraron con algo para aquel entonces, insólito: el Papa o, mejor dicho, la Papisa había comenzado un trabajo de parto. Frente a esta situación, tanto fieles como pares la llevaron fuera de la ciudad y la lapidaron hasta matarla.

Esta leyenda, que aún hoy no ha podido comprobarse, alcanzó popularidad durante el siglo XIII en Europa y generó mucha controversia. Sus orígenes se remontan al año 818 en la región de Mainz en Alemania, aunque otras fuentes se sitúan en Inglaterra.  

¿Quién era este "misterioso" personaje? Pues bien, Juana, hija de un misionero, se enamoró siendo muy joven, quizás a los 12 años, de un monje al cual estaba dispuesta a seguir a cualquier precio. Fue así que se disfrazó de hombre y entró en el mismo monasterio donde éste se encontraba. Se hizo llamar allí Juan Anglicus. 

Manteniendo un romance a escondidas con aquel monje, fue descubierta y por supuesto, se vió obligada a escapar junto con él. Camino hacia Roma, Juana sintió un llamado espiritual que la llevó a la Santa Sede donde posteriormente se desempeñó notablemente dentro de la sociedad romana, siempre vestida de hombre claramente. Gracias a un talento increíble para el habla, una capacidad intelectual y vocación de servicio, los propios cardenales la nombraron sucesor del Papa León IV en 855. Se convirtió así en Juan VIII.

Sin embargo, un embarazo sorpresivo fruto de un vínculo afectivo con su sirviente mas fiel la llevó al desastre. Tras el parto público que relata la leyenda surgió un nuevo papa, Benedicto III borrando de un plumazo de la historia la existencia de esta mujer hecha hombre. Sin embargo, tiempo después hubo otro papa al que no se lo nombró Juan IX, sino Juan VIII. 

El proceso de la Papisa Juana ha dejado ciertas costumbres dentro del mundo católico. Existe un "asiento papal" denominado "sedia stercoraria" con un agujero en el centro. Según algunas fuentes, éste se utilizaba una vez que se elegía el Papa tras el Cónclave, con el objetivo de comprobar, mediante el palpado testicular, si el reciente elegido era varón. Una vez comprobada la masculinidad del Papa se pronunciaba la frase "testíclos habet", que significa "tiene testículos" o también "habet duos testículos et bene pendentes" que significa "tiene dos testículos y cuelgan bien". Así comenzaba el ritual de coronación del Sumo Pontífice.

Es probable que nunca sepamos si Juana realmente existió, pero las fuentes pueden ser de gran ayuda. Para muchos historiadores, esta leyenda fue ideada con el fin de desprestigiar al Papa Juan VIII debido a una actitud benevolente hacia el pueblo y otras Iglesias, sobre todo provenientes de Oriente. Probablemente su popularidad y actitud "caritativa" haya sido tildada de "afeminada" para la época, lo que le costó a Juan el nombre de Juana. Leyenda o no, es indudable que este personaje, bien ocultado por la curia eclesiástica, ha conmocionado al mundo medieval y sembrado una duda eterna que pone a la Iglesia en la mira constante de intelectuales y escépticos. 

Fuentes: SobreLeyendas // Cuaderno de Historia


















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